Cuidado con las hormigas que hay en el azúcar, le dijo la Matilde a Porfirio, que se servía un café en la cocina. Anoche cuando me besaste, continuó diciendo la Matilde, sentí un hormigueo en tus labios... y se rió con una risita corta y cancaneada, como que era una broma, o una forma de coquetearle. Porfirio solo sonrió y entonces destripó con el dedo tres hormigas que intentaban huir del tarro de azúcar y se las metió en la boca con un buche de café.
Esa noche hicieron el amor como nunca. En el jardín, las hormigas estaban nerviosas en el palo de limón. Al día siguiente, Porfirio amaneció con la lengua ensangrentada y un centenar de hormigas enloquecidas entrando y saliendo de su boca, sus ojos y sus fosas nasales. La Matilde, todavía en estado de shock, empezó a matar hormigas por todo el cuarto y le pegó fuego al tarro de azúcar en la cocina.
La policía nunca pudo aclarar las causas de la muerte de Porfirio. Infarto por diabetes profunda, dijo el médico forense y firmó el acta de defunción, pensando que es la manera más dulce de morir.
La Matilde perdió la razón. Desde entonces anda de casa en casa pidiendo un poquito de azúcar para Porfirio. En el barrio le dicen Hormiga loca.
Luis Enrique Mejía Godoy
Managua, Nicaragua, 2008
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